RECONOCER
ERRORES.
Algunos descubren
su grado de estupidez,
e intentan
enmendar los daños causados,
otros con menos
memoria que un pez,
continúan nadando
en mares atontados.
Rectificar
siempre ha sido de sabios,
corregir errores
a nadie debería asustar,
pero es mejor
tener sellados los labios
que remediar
aquello que puede disgustar,
porque una vez
pronunciado el dislate,
lo lógico sería
reconocer le equivocación,
a riesgo de
quedar como un botarate
si no se realiza
una sincera corrección.
A veces se actúa
de manera involuntaria,
ignorando el
alcance de la torpeza,
aun así, la
responsabilidad es palmaria
por hacer las
cosa sin pies, ni cabeza;
dedicar algo de
tiempo para pensar
antes de hablar y
meter la pata,
es una práctica
que puede destensar
ese posible fallo
que la ira desata.
También hay
quienes viven cómodamente
comportándose
como auténticos idiotas,
se creen mejores
que el resto de la gente,
y acaban siendo
unos tontos tocapelotas.
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